Como duele caer
Jaque Mate, el fin de la jugada Esa tarde en especial, Eugenio celebraba su victoria. De nueva cuenta era un hombre soltero, independiente y con una más que excelente cuenta bancaria. Cocinó una deliciosa pasta que acompañó con un fino y suculento corte de carne asado a la parrilla, sacó a relucir sus dotes de cocinero, la ocasión lo valía. Un buen vino da el toque final.
Se sienta y degusta su platillo, una suave música se deja escuchar. Se felicita a si mismo por preparar aquella delicia, da un trago al vino y sonríe.
-Es hora de retomar mi vida donde la dejé, es buena idea un cambio de residencia, empezar en otro estado donde nadie me conozca y darme a la tarea de embaucar a otra incauta a quien seducir. No será difícil, hoy en día los bares son muy concurridos por profesionistas solteras en busca de aventuras. Ah!. –deja escapar un suspiro- Ya extrañaba mis hábitos, sobre todo mi comida. A la tontorrona de Virginia le hacen falta con urgencia unas buenas clases de cocina, digo, no es que cocine del todo mal, pero necesita afinar su sazón. Ja, ja, ja.
Como todo hombre que disfruta estar en su hogar, Eugenio termina su cena y procede a dejar limpia la cocina y cerciorarse de que todo esté en perfecto orden antes de marcharse. Le duele dejar su casa, en verdad le gusta la vida de hogar, pero sabe que para mantener ese nivel económico debe trabajar. Por eso tiene que marcharse.
Ya tiene todo listo, sus maletas están dentro del auto, su maletín de trabajo lo carga consigo, al igual que el boleto de avión. Una nueva vida espera por él.
No puede evitar sonreír.
La oscuridad ya ha caído cuando sale de casa. En momentos como ese, se arrepiente de haber escogido un refugio tan aislado de la gente, los vecinos estaban separados varios metros de distancia unos con otros. Los frondosos árboles y los crecidos arbustos son la guarida ideal para alguien que planeara acciones siniestras. Desactiva a distancia la alarma del auto y camina alerta hacia éste, la única luz proviene de la farola callejera, por lo que la iluminación es limitada. Al momento de abrir la portezuela, nota que el neumático delantero está sin aire. Rayos! Lanza una maldición. Un accidente con el que no contaba, previsor como era, se injurió él mismo por no haber revisado cada detalle.
Deja sobre el asiento delantero el maletín junto con el boleto y se dirige al maletero con el fin de sacar las herramientas y el neumático de repuesto para cambiarlo. Está tan absorto en esa tarea que no advierte salir de las sombras una figura, quien se va acercando en silencio, aprovechando que la oscuridad es su aliada. El desconocido se detiene a espaldas de Keno y le propina un golpe certero que lo deja inconsciente. Sin perder un minuto, la figura toma el maletín del asiento y en su lugar acomoda a Keno. Se aleja con paso rápido luego de cerrar la puerta.
Keno comienza a salir de la inconsciencia, no recuerda con claridad lo sucedido; se masajea el cuello, le duele. Tras unos minutos sale del auto y mira las herramientas desparramadas por el suelo. Su memoria se activa.
-El maletín.
Lo busca en el asiento del copiloto pero solo encuentra el boleto de avión. Revisa el asiento trasero en el que solo hay algunos libros y sobres cerrados. Va al maletero. Nada. Lanza un puntapié al neumático.
-Cálmate Eugenio, cálmate. Ese maletín debe estar en algún lado.
Respira profundo, sus ojos se mueven de un punto a otro.
-Retrocede en el tiempo: cuando saliste de casa lo traías contigo, abriste el coche, lo dejaste sobre el asiento…si, si, eso debe ser. Probablemente se cayó al piso o esté bajo el asiento.
Comienza a buscar, sin éxito. El miedo lo paraliza cuando escucha unos ruidos a su espalda y sale aprisa del vehículo. Un gato negro brinca de entre los contenedores de basura y corre hacia los arbustos. Suspira aliviado.
-Gato estúpido!
Mira la cruceta en el suelo, al lado del neumático ponchado y es entonces cuando comprende la situación.
-Trampa. Fue una maldita trampa! Y yo caí como un novato.
Toma la pesada herramienta, en su arranque de furia comienza a golpear con ella el auto, con toda la fuerza que brotaba de su frustración y coraje.
-Maldita sea! Estúpido, estúpido!
La varonil voz estaba transfigurada por la ira. Balbuceaba incoherencias, sudaba en exceso. Al cabo de pocos minutos el auto quedó convertido en algo parecido a chatarra. Cansado, enfurecido consigo mismo, se deja caer de rodillas al suelo y se cubre el rostro con las manos, dando rienda suelta a su llanto, como un niño.
El melodioso timbre de un celular sonaba con insistencia, lo ignora pero el fastidioso sonido lo enfurece aún más, peor porque no sabe donde ha quedado el aparato; se palpa en los bolsillos del pantalón sin encontrarlo, trata de localizar de donde proviene el sonido y entonces ve la tenue luz iluminar la pantalla: está debajo del auto, o mejor dicho, de lo que queda del auto. Se apresura a contestar sin mirar el número, lo que desea es que el sonido cese.
-Se supone que debiste pasar por mí hace más de una hora. ¿Dónde estás? Tenemos el tiempo justo para llegar al aeropuerto. Ni se te ocurra irte sin mí porque entonces…
-Olvídalo Liset, no vamos a ninguna parte.
Fue su tranquila respuesta, intenta que su voz suene normal, sin rastro de llanto ni de otras emociones.
-¿Qué? Estás hablando de tirar por la borda nuestro trabajo de meses, ¿te volviste loco o que? Si ya te arrepentiste o si te entró el remordimiento por engañar a una indefensa mujer, lo entiendo, solo dame la parte del dinero que me corresponde y cada quien se va por su camino…
Eugenio no está de humor, obviamente, para escuchar las letanías que Liset le cantará, mucho menos para soportar su histeria y desconfianza.
-¿Dónde quedó tu inteligencia, escuincla babosa? –exaltado, comienza a alzar la voz- No me conoces de ayer y sabes que nunca doy un paso atrás. –observa a su alrededor en busca de transeúntes indiscretos que pudieran escucharlo y baja la voz- Ya no tengo el dinero Liset, me robaron al abordar el auto.
Silencio al otro lado de la línea. Percibe el desconcierto de su amiga.
-¿Cómo que te robaron? Excepto nosotros, nadie más sabe que abandonaríamos la ciudad y menos que traías contigo una elevada cantidad de efectivo.
-Me atacó por detrás, no pude verle el rostro. Me golpeó y quedé inconsciente, cuando desperté ya no tenía conmigo el maletín…
La rubia peli teñida Liset llegó lo más pronto que pudo a casa de Eugenio, el susto y la sorpresa de apoderan de ella al ver el auto destrozado. La puerta está sin llave, entra y encuentra a su amigo sentado en el sofá, bebiendo.
-Pues sí que en verdad te ves mal. –lo recorre con la mirada de la cabeza a los pies; tiene el aspecto de un tipo soñoliento, con ropas sucias y con muy evidente olor a sudoración.
Se sienta frente a él.
-¿Alguna sugerencia de que vamos a hacer ahora? –pregunta la mujer- Digo, porque es lógico que no podremos irnos de aquí. -sus finos labios se torcieron en una mueca desagradable- Sigo sin entender como pudo suceder esto, si todo estaba perfectamente calculado…
Eugenio la mira con indiferencia, prestando poca atención a sus comentarios.
-Tu casa es la última de la calle, y si tus vecinos reciben visitas éstas no llegan hasta aquí. Por lo tanto concluyo que esto no fue un robo común…
Eugenio, con un gesto de fastidio, la escucha hasta el final, para luego, con tono de burla y enojo contestar:
-Que cansado es hablar contigo Liset, nunca se te quitó lo bruto. –la mujer lo mira asombrada y con cierto desdén- ¿De que sirven todas esas conjeturas estúpidas que acabas de decir? ¿Ayudan en algo? El dinero no lo vamos a recuperar jugando a los detectives, entonces haz el favor de mantener la boca cerrada.
-Oye, no me hables de esa manera, yo solo necesito saber que haremos…
Otro acceso de furia, Eugenio arroja el vaso fuera de su vista, el golpe y la actitud del hombre logran que Liset se mantenga tranquila y callada.
La imponente figura de Eugenio se pone de pie y llega hasta donde Liset, la rodea con los brazos y se inclina hasta casi tocar su rostro, ella percibe su mirada amenazante, el tono agresivo de sus palabras, siente caer sobre su piel finas gotas de saliva de su interlocutor, hasta su nariz llega el aliento a alcohol; por un momento teme a la reacción de Eugenio. Nunca antes lo vio en semejante situación.
-¿Qué propones que hagamos, amiga? Podemos acudir ante las autoridades a denunciar el robo de cien mil pesos, y aunque justifiquemos su legítima procedencia, nos pondrán bajo su lupa para investigarnos y descubrirán nuestros antecedentes. ¿Eso quieres?
Liset está demasiado asustada para articular palabra, solo mueve la cabeza de un lado a otro en señal de negación.
-Me da gusto ver que se te activaron las neuronas, no se te oxidarán…al menos por los próximos minutos. –sonríe, se acomoda en el sillón, al lado de Liset y cruza una pierna sobre la otra, en silencio reflexiona- Esto es solo un atajo oscuro en el camino; perdimos un movimiento en la jugada, más no el juego completo.
Se sienta y degusta su platillo, una suave música se deja escuchar. Se felicita a si mismo por preparar aquella delicia, da un trago al vino y sonríe.
-Es hora de retomar mi vida donde la dejé, es buena idea un cambio de residencia, empezar en otro estado donde nadie me conozca y darme a la tarea de embaucar a otra incauta a quien seducir. No será difícil, hoy en día los bares son muy concurridos por profesionistas solteras en busca de aventuras. Ah!. –deja escapar un suspiro- Ya extrañaba mis hábitos, sobre todo mi comida. A la tontorrona de Virginia le hacen falta con urgencia unas buenas clases de cocina, digo, no es que cocine del todo mal, pero necesita afinar su sazón. Ja, ja, ja.
Como todo hombre que disfruta estar en su hogar, Eugenio termina su cena y procede a dejar limpia la cocina y cerciorarse de que todo esté en perfecto orden antes de marcharse. Le duele dejar su casa, en verdad le gusta la vida de hogar, pero sabe que para mantener ese nivel económico debe trabajar. Por eso tiene que marcharse.
Ya tiene todo listo, sus maletas están dentro del auto, su maletín de trabajo lo carga consigo, al igual que el boleto de avión. Una nueva vida espera por él.
No puede evitar sonreír.
La oscuridad ya ha caído cuando sale de casa. En momentos como ese, se arrepiente de haber escogido un refugio tan aislado de la gente, los vecinos estaban separados varios metros de distancia unos con otros. Los frondosos árboles y los crecidos arbustos son la guarida ideal para alguien que planeara acciones siniestras. Desactiva a distancia la alarma del auto y camina alerta hacia éste, la única luz proviene de la farola callejera, por lo que la iluminación es limitada. Al momento de abrir la portezuela, nota que el neumático delantero está sin aire. Rayos! Lanza una maldición. Un accidente con el que no contaba, previsor como era, se injurió él mismo por no haber revisado cada detalle.
Deja sobre el asiento delantero el maletín junto con el boleto y se dirige al maletero con el fin de sacar las herramientas y el neumático de repuesto para cambiarlo. Está tan absorto en esa tarea que no advierte salir de las sombras una figura, quien se va acercando en silencio, aprovechando que la oscuridad es su aliada. El desconocido se detiene a espaldas de Keno y le propina un golpe certero que lo deja inconsciente. Sin perder un minuto, la figura toma el maletín del asiento y en su lugar acomoda a Keno. Se aleja con paso rápido luego de cerrar la puerta.
Keno comienza a salir de la inconsciencia, no recuerda con claridad lo sucedido; se masajea el cuello, le duele. Tras unos minutos sale del auto y mira las herramientas desparramadas por el suelo. Su memoria se activa.
-El maletín.
Lo busca en el asiento del copiloto pero solo encuentra el boleto de avión. Revisa el asiento trasero en el que solo hay algunos libros y sobres cerrados. Va al maletero. Nada. Lanza un puntapié al neumático.
-Cálmate Eugenio, cálmate. Ese maletín debe estar en algún lado.
Respira profundo, sus ojos se mueven de un punto a otro.
-Retrocede en el tiempo: cuando saliste de casa lo traías contigo, abriste el coche, lo dejaste sobre el asiento…si, si, eso debe ser. Probablemente se cayó al piso o esté bajo el asiento.
Comienza a buscar, sin éxito. El miedo lo paraliza cuando escucha unos ruidos a su espalda y sale aprisa del vehículo. Un gato negro brinca de entre los contenedores de basura y corre hacia los arbustos. Suspira aliviado.
-Gato estúpido!
Mira la cruceta en el suelo, al lado del neumático ponchado y es entonces cuando comprende la situación.
-Trampa. Fue una maldita trampa! Y yo caí como un novato.
Toma la pesada herramienta, en su arranque de furia comienza a golpear con ella el auto, con toda la fuerza que brotaba de su frustración y coraje.
-Maldita sea! Estúpido, estúpido!
La varonil voz estaba transfigurada por la ira. Balbuceaba incoherencias, sudaba en exceso. Al cabo de pocos minutos el auto quedó convertido en algo parecido a chatarra. Cansado, enfurecido consigo mismo, se deja caer de rodillas al suelo y se cubre el rostro con las manos, dando rienda suelta a su llanto, como un niño.
El melodioso timbre de un celular sonaba con insistencia, lo ignora pero el fastidioso sonido lo enfurece aún más, peor porque no sabe donde ha quedado el aparato; se palpa en los bolsillos del pantalón sin encontrarlo, trata de localizar de donde proviene el sonido y entonces ve la tenue luz iluminar la pantalla: está debajo del auto, o mejor dicho, de lo que queda del auto. Se apresura a contestar sin mirar el número, lo que desea es que el sonido cese.
-Se supone que debiste pasar por mí hace más de una hora. ¿Dónde estás? Tenemos el tiempo justo para llegar al aeropuerto. Ni se te ocurra irte sin mí porque entonces…
-Olvídalo Liset, no vamos a ninguna parte.
Fue su tranquila respuesta, intenta que su voz suene normal, sin rastro de llanto ni de otras emociones.
-¿Qué? Estás hablando de tirar por la borda nuestro trabajo de meses, ¿te volviste loco o que? Si ya te arrepentiste o si te entró el remordimiento por engañar a una indefensa mujer, lo entiendo, solo dame la parte del dinero que me corresponde y cada quien se va por su camino…
Eugenio no está de humor, obviamente, para escuchar las letanías que Liset le cantará, mucho menos para soportar su histeria y desconfianza.
-¿Dónde quedó tu inteligencia, escuincla babosa? –exaltado, comienza a alzar la voz- No me conoces de ayer y sabes que nunca doy un paso atrás. –observa a su alrededor en busca de transeúntes indiscretos que pudieran escucharlo y baja la voz- Ya no tengo el dinero Liset, me robaron al abordar el auto.
Silencio al otro lado de la línea. Percibe el desconcierto de su amiga.
-¿Cómo que te robaron? Excepto nosotros, nadie más sabe que abandonaríamos la ciudad y menos que traías contigo una elevada cantidad de efectivo.
-Me atacó por detrás, no pude verle el rostro. Me golpeó y quedé inconsciente, cuando desperté ya no tenía conmigo el maletín…
La rubia peli teñida Liset llegó lo más pronto que pudo a casa de Eugenio, el susto y la sorpresa de apoderan de ella al ver el auto destrozado. La puerta está sin llave, entra y encuentra a su amigo sentado en el sofá, bebiendo.
-Pues sí que en verdad te ves mal. –lo recorre con la mirada de la cabeza a los pies; tiene el aspecto de un tipo soñoliento, con ropas sucias y con muy evidente olor a sudoración.
Se sienta frente a él.
-¿Alguna sugerencia de que vamos a hacer ahora? –pregunta la mujer- Digo, porque es lógico que no podremos irnos de aquí. -sus finos labios se torcieron en una mueca desagradable- Sigo sin entender como pudo suceder esto, si todo estaba perfectamente calculado…
Eugenio la mira con indiferencia, prestando poca atención a sus comentarios.
-Tu casa es la última de la calle, y si tus vecinos reciben visitas éstas no llegan hasta aquí. Por lo tanto concluyo que esto no fue un robo común…
Eugenio, con un gesto de fastidio, la escucha hasta el final, para luego, con tono de burla y enojo contestar:
-Que cansado es hablar contigo Liset, nunca se te quitó lo bruto. –la mujer lo mira asombrada y con cierto desdén- ¿De que sirven todas esas conjeturas estúpidas que acabas de decir? ¿Ayudan en algo? El dinero no lo vamos a recuperar jugando a los detectives, entonces haz el favor de mantener la boca cerrada.
-Oye, no me hables de esa manera, yo solo necesito saber que haremos…
Otro acceso de furia, Eugenio arroja el vaso fuera de su vista, el golpe y la actitud del hombre logran que Liset se mantenga tranquila y callada.
La imponente figura de Eugenio se pone de pie y llega hasta donde Liset, la rodea con los brazos y se inclina hasta casi tocar su rostro, ella percibe su mirada amenazante, el tono agresivo de sus palabras, siente caer sobre su piel finas gotas de saliva de su interlocutor, hasta su nariz llega el aliento a alcohol; por un momento teme a la reacción de Eugenio. Nunca antes lo vio en semejante situación.
-¿Qué propones que hagamos, amiga? Podemos acudir ante las autoridades a denunciar el robo de cien mil pesos, y aunque justifiquemos su legítima procedencia, nos pondrán bajo su lupa para investigarnos y descubrirán nuestros antecedentes. ¿Eso quieres?
Liset está demasiado asustada para articular palabra, solo mueve la cabeza de un lado a otro en señal de negación.
-Me da gusto ver que se te activaron las neuronas, no se te oxidarán…al menos por los próximos minutos. –sonríe, se acomoda en el sillón, al lado de Liset y cruza una pierna sobre la otra, en silencio reflexiona- Esto es solo un atajo oscuro en el camino; perdimos un movimiento en la jugada, más no el juego completo.
Continuará...
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