La ciudad bajo la ciudad
Se
imaginaron haciendo grandes esfuerzos para mover esa pesada estructura de
piedra, cosa que no fue necesaria, pues a lo contrario de lo que aparentaba ser
la estatua, el material en que estaba hecha era muy ligero, les llevó solo
segundos moverla de su lugar. Debajo de la base la tierra estaba suelta, Layo
la removió con las manos sin dificultad alguna. Al cabo de unos pocos minutos
quedó expuesta ante la vista de Layo una pequeña caja de madera en color
natural, manchada únicamente por la tierra, le costó algo de esfuerzo sacarla
porque era profunda, pero al final lo consiguió. La suerte estaba de su lado:
por medio de su instinto lo guió hasta el lugar exacto donde ahora estaba a
punto de convertirse en millonario y dejar atrás su vida de privaciones
económicas e incomodidades. Basty y Oscar se acercaron para ayudarlo.
A
pesar de su tamaño, la caja no era pesada. Layo pensó que se debía a que tal
vez serían pocos los centenarios guardados. Pocos eran mejor que nada. Le
temblaban las manos y sudaba copiosamente mientras buscaba la manera de abrir
la caja, ésta carecía de tipo alguno de cerradura. Entre los tres jalaron la
tapa dejando al descubierto el contenido. El trío intercambió miradas de
sorpresa: lo que con tanto recelo guardaba la caja eran objetos de alguna vieja
civilización, un tipo de arte de la antigüedad. Arte. Una palabra que no
figuraba en el escuálido diccionario de aquellos tres ignorantes.
Layo
comenzó a sacar pieza por pieza todavía con la esperanza de que en el fondo de
la caja encontrara lo que tanto lo mantuvo en pie desde que escuchó hablar de
aquel tesoro. Con la desilusión dibujada en el rostro llegó al fondo de la
caja. Basty y Oscar estaban tan sorprendidos, desilusionados e iracundos como
él.
Como
de costumbre, Oscar fue quien rompió el silencio.
-Layo,
¿esto es tu tesoro? –dijo al tiempo que tomaba un plato exquisitamente pintado
con extrañas figuras geométricas y textos escritos en un lenguaje desconocido
para él, cuyos colores eran agradables a la vista- Perdimos no sé cuantas horas
cavando, nos enfrentamos a peligrosas apariciones arriesgando Basty y yo
nuestra preciosa vida, ¿y tú sales ahora con que el dichoso tesoro que tanto
presumiste solo son vasijas viejas? Y mira –señaló con su dedo índice un pedazo
faltante- aparte quebradas, a ésta le falta un buen trozo justo aquí, en mitad
de la figura.
-Estoy
tan desconcertado como tú Oscar, créeme. Cuando mi papá hablaba del tesoro,
decía que eran centenarios de oro…
-Me
tienes cansado de oírte hablar de tu papá, de tu abuelo y de tus centenarios de
oro, mejor dime que te inventaste todo este cuento de alguna pesadilla que
tuviste porque te cayó pesada la cena…
-Oye
Oscar, bájale a tu estéreo, quien está cansado de tus insolencias soy yo, todo
lo que hiciste no fue de de a gratis, bien que te lo pagué… ¿o tu memoria ya no
te funciona bien?
Por
parte de Oscar la discusión iba adquiriendo tonos dramáticos, Layo por su parte
también comenzó a alzar la voz, en un momento Oscar se acercó a Layo y le
asestó a éste un manotazo en el pecho, del que Layo no se defendió pues lo tomó
desprevenido, pero Basty permanecía ajeno a la problemática. Entre los objetos que
Layó sacó de la caja, la imagen de una pintura atrajo poderosamente su
atención: sobre un fondo color naranja intenso, el color del fuego, unas
siluetas humanas tomadas de la mano formaban una rueda, imitando quizá un
ritual. A pesar de lo fuerte del color, la imagen le transmitía una sensación
de tranquilidad, lo observó como hipnotizado durante unos minutos, miró luego a
sus compañeros y éstos seguían inmersos en su acalorada plática. Basty abrazó
contra su pecho la pintura, total, nadie echaría de menos un cuadro viejo que
duró años, quizá siglos, olvidado bajo la tierra. Lentamente caminó de regreso a la
civilización.
-Mira
Layo, quédate con todo tu “tesoro”, -hizo un burlón énfasis al pronunciar esta
última palabra- te hace más falta a ti. Sirve que cambias la espantosa vajilla
plástica ya toda quemada que tienes en tu cocina, al menos estos trastos
despostillados y rotos tienen una vista más original. –buscó a Basty con la
mirada, al no verlo comprendió que debía darle alcance, pues no deseaba
emprender solo el camino a tierra firme; una voz en su cerebro le dijo que
habían profanado algo sagrado y sintió miedo. –Ah, lo mismo te digo de los
adornos, lucirán mejor que los recortes de revistas usadas que tienes pegados
en la pared. –se alejó de prisa, pero en su camino se encontró un hermoso disco
rojo que atrajo su atención. Era un plato muy original, con extraños símbolos. Dividido
en tres franjas, la primera era la más delgada y se encontraba subdividida en
veinte casillas y cada una contenía una figura diferente. La segunda división
era más grande, en los cuatro extremos una casilla cuadrada conteniendo cada
una un figurín y a los lados, entre la casilla superior e inferior, un
semicírculo encerraba una garra de león o tigre. La tercera y última división formaba
el centro del plato: lo que parecía ser el rostro de un guerrero asomaba por
él, con los ojos abiertos mirando hacia el frente y mostrando los dientes, algo
que quizá fuera la lengua sobresalía de su boca. La frente estaba adornada por
algo parecido a un corazón de metal con dos aros también metálicos, uno a cada
costado. De ambas orejas y cubriendo la barbilla se dejaba ver un collar formado
de piedras. Sonrió, lo tomó con su mano derecha y corrió tras Basty; dejando a
Layo con su coraje y decepción.
-Váyanse
al carajo, -lanzó un escupitajo a espaldas de Oscar, durante un momento, el
rostro de Layo se transformó horriblemente a causa de un gesto de enfado- puedo
arreglármelas sin ellos. -se arrodilló y comenzó a levantar pieza por pieza del
contenido de la caja para devolverlos a su lugar, y de pronto, a sus espaldas,
una risa burlona se dejó escuchar.
-Ja,
ja, ja… Ja, ja, ja…
Un
aire helado le recorrió la espalda. Paseó la mirada por el lugar buscando al
dueño de aquella escalofriante risa. Sin saber por qué vinieron a su mente
aquellas películas de terror que tanto le gustaba ver cuando era niño. La
diferencia es que ahora él era el protagonista.
-¿Basty?
¿Oscar? ¿Son ustedes? –no obtuvo respuesta- No es gracioso lo que están
haciendo, me están asustando…-se puso de pie y avanzó unos pasos. Nada.
Silencio
absoluto.
Continuará...
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