La ciudad bajo la ciudad


Cruzaron otro buen trecho de viviendas destrozadas, a lo lejos divisaron una construcción que, al parecer, sobrevivió a todas las demás. En el trayecto, a su izquierda, la atención de los tres hombres se fijó en unos escalones amplios en forma de semicírculo, de piedra gris, ya carcomida, y frente a ellos una plataforma circular, también gris y carcomida, completaba la escenografía. Basty, maravillado ente la vista espectacular que tenía enfrente, aunque desolada, exclamó:
-Siento como si estuviera en uno de esos teatros griegos de la antigüedad, viendo una de esas tragedias griegas que nos obligan a leer en la secundaria, de ésas que inventó Platón…
Oscar le lanzó una mirada de burla y desdén.
-Otra vez con Grecia, tengo la impresión que tu eres la reencarnación viviente de algún personaje griego que se quedó a medio estudiar…
-Al menos yo, -exclamó Basty muy ufano y lleno de orgullo- cursé hasta la secundaria, en cambio a ti te expulsaron de la mayoría de las primarias donde te inscribieron y dejaste a medio camino tu educación…
Layo no los escuchaba, su mente y sus otros cinco sentidos estaban puestos ahora en cómo haría para saber por donde comenzar a buscar su tesoro, el valle estaba amplísimo; podría ganar tiempo comenzando a buscar en esa cúpula que se alzaba frente a ellos. Su seguridad iba desvaneciéndose, de sobra sabía que en caso de fallarle al equipo, no se la acabaría en reproches con Oscar, así que decidió mantener el paso y adentrarse en aquella especie de iglesia. Parecía un santuario pequeño, enclavado sobre una plataforma de algunos metros de altura. Subirían un buen tramo de empinados y resbalosos escalones de piedra antes de llegar y adentrarse en él. Oscar y Basty continuaban en silencio.
La entrada a la cúpula estaba flanqueada a ambos lados por una enorme estructura redonda, esculpida en piedra, grabada con el perfil de un indio guerrero y alrededor de éste un tipo de escritura jeroglífica, las dos eran idénticas. Cada uno se detuvo a mirar las estructuras y a tocarlas, sintieron su aspereza y dureza. Se adentraron en esa iglesia de forma circular, vacía en su totalidad. Cero altares, cero imágenes para adoración, cero asientos, cero cabinas para confesión. El techo era alto, en las paredes lucían grabadas imágenes e inscripciones jeroglíficas, el fondo de color de las paredes era mostaza, dando la sensación de oscuridad y contaba con poca ventilación. Un débil olor a incienso invadió sus fosas nasales; ninguno lo dijo pero era obvio que la semilla del miedo empezaba a germinar en ellos.
-Excepto por la puerta, no existe ninguna otra entrada de aire, lo más lógico es que este olor ha permanecido aquí encerrado durante muchísimo tiempo, -pensó Layo e intentó convencerse de que esa explicación lo tranquilizaba.
-Layo, -la voz de Basty, desprovista de toda emoción, lo trajo de vuelta a la realidad- ¿estás seguro que es aquí donde duermen nuestros centenarios?
Layo reaccionó rápido: si les decía que no, escucharía durante horas la mar de reproches de la boca de esos dos, y aparte lo dejarían solo en ese laberinto ancestral. No iba a arriesgarse a eso.
-Por supuesto Basty, -le dirigió la mirada con su característica sonrisa en los labios para que el hombre sintiera confianza- ya solo es cuestión de encontrar la caja, el baúl o lo que sea donde estén guardados.
-¿Tienes alguna idea de en que lugar de este cuchitril pueden estar? –preguntó Oscar.
Otra respuesta rápida de Layo: se le ocurrió al ver lo que parecía ser un altar hecho al “a’í se va” a unos cuantos pasos delante de él: dos columnas delgadas en posición vertical con una piedra sobre ellas como base. Una tercera estructura parecida a las de la entrada, pero más pequeña, descansaba sobre dicha base.
-Debajo de ese altar, -Layo señaló con la mano hacia el frente- echaremos abajo la escultura para poder mover la mesa, digo, se ve que está sobre puesta.
-Ajá, -el tono burlón de Oscar se dejó escuchar de nuevo- ¿y que pasa si no lo está Layo? No trajimos herramientas para demoler, ¿acaso piensas que vayamos arriba por algunas y luego regresar? No manches…
-Haremos lo que debamos hacer con lo que tengamos a la mano, no perderemos más tiempo yendo y viniendo, ¿entendido? –cansado de los desplantes de Oscar habló con voz alzada por primera vez desde que comenzaron su búsqueda. Los miró fijamente- Alrededor nuestro veo muchas piedras, algunas maderas y algo que parece metal, con eso nos las ingeniaremos. Y ahora prosigamos.
Basty y su compañero intercambiaron miradas. Layo caminaba apresurando el paso, en verdad que urgía encontrar ese tesoro, pagarles a sus ayudantes lo prometido y terminar ya con aquel trabajo que resultó más complicado de lo que imaginó en un principio. No soportaba ya las insolencias de Oscar y la situación de nuevo comenzó a ponerse tensa desde que bajaban por el túnel.
-Gracias a Dios que ya falta poco para dejar de verles la jeta a estos dos, me mantendré con el pensamiento enfocado en la búsqueda del dinero.
Fueron las palabras que Layo tuvo para así darse ánimo, lo dijo en voz alta y le importaba un comino si Oscar y Basty lo escucharon.
Estaba ya cerca del altar, y para su sorpresa, notó que la escultura hubo engañado su vista: no estaba sobre la mesa, sino detrás de ésta y al ras del suelo.
-Yujú! –apretó los puños y levantó los brazos agitándolos en el aire al tiempo que gritaba de emoción- Más sencillo no podía ser. –dirigió la mirada hacia sus amigos- ¿Lo ven? Solo es cuestión de mover esa cabeza y debajo de ella está lo que buscamos.
Continuará...

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