La ciudad bajo la ciudad
Decidieron
trabajar los tres en el mismo espacio, no se arriesgarían a que cualquiera de
las “amenazas” regresara y los tomara desprevenidos. Con temor avanzaron en su
trabajo, al menor indicio de algo raro suspendían la labor y se ponían a la
defensiva, luego al verse libres de todo peligro proseguían. Oscar y Basty
renegaban en su interior de haberse dejado convencer por Layo de seguir
ayudándolo, y a pesar de saber que ante la sociedad eran vistos como gentuza
inútil, entre ellos sabían tenderse la mano unos a otros cuando lo necesitaban.
La gentuza también tenía su código de honor. Y ese pensamiento amortiguaba en
algo su coraje.
Esta
vez fue Basty quien hizo un hallazgo.
-Layo,
-con algo de miedo en la voz se dirigió a su compañero- ven a ver esto.
Oscar
y Layo se acercaron al mismo tiempo.
-Esto
parece ser una entrada, -frotó la mano contra la pared, lo que provocó el
desprendimiento de tierra de una superficie lisa que parecía madera, tomó una
pequeña piedra y dio algunos golpecitos sobre ella- ¿escucharon?
Sin
decir palabra Layo y Oscar empezaron a remover la tierra, al cabo de unos
minutos quedó al descubierto una estructura de madera, que, en efecto, era una
puerta, con la singularidad de que fue colocada solo para indicar algo, pues no
estaba empotrada en dintel alguno y carecía de cerradura. No les costó mucho
esfuerzo echarla abajo, en su lugar quedó un cuadro de bloques de hormigón que
se notaban casi nuevos, como si recién los hubiesen instalado. Se dividieron la
tarea de buscar en toda esa pared por si acaso existía otra falsa puerta.
Negativo. Era la única.
-Muy
bien muchachos, -gimió Layo- entonces derrumbaremos esa pared de hormigón.
Seguro que detrás de ella está lo que buscamos.
Los
tres hombres tomaron sus mazos golpeando los bloques con toda su fuerza, y en
menos de una hora comenzó a vislumbrarse un débil punto de luz a lo lejos.
-Lo
sabía, lo sabía, -expresó Layo más para sí que para los demás, emocionado
porque al fin se estaba materializando su sueño.
Un
oscuro pasadizo los esperaba tras la derrumbada pared, los tipos tomaron sus
linternas y siguieron a Layo. La luz a lo lejos no se desvanecía, parecía
hacerse más cercana conforme avanzaban. A pesar de que a simple vista
aparentaba ser un camino en línea recta, no era así: eran curvas descendentes,
sin escalones, la tierra era suave y húmeda pero sin llegar a ser lodosa. Se
fueron acostumbrando poco a poco al olor de humedad que despedía aquel hoyo que
era la entrada al mundo de riqueza, y a medida que se internaban en ese oscuro callejón,
el aire se sentía cada vez más pesado.
Layo
recordaba que alguna vez, en su clase de historia, le hablaron de un túnel
secreto que conectaba el Palacio de Gobierno
con la Catedral de la ciudad y con el Museo del Obispado; esta
construcción fue en el año de 1848, durante la época de la invasión
norteamericana. Recordaba también los tenebrosos rumores acerca de que después
de la guerra, el túnel sirvió para la realización de prácticas oscuras, tales
como la magia o las llamadas misas negras. También era conocido que se
encontraban restos humanos, principalmente de bebés no natos, abortados por ser
el resultado de relaciones inapropiadas entre sacerdotes y monjas. Pero su
ambición era más fuerte e hizo a un lado sus miedos para poder continuar
adelante con sus planes. Nada lo detendría. Además, en ese pasadizo no existían
vestigios de brujería o cadáver alguno. No hasta ese momento.
Basty
se detuvo varias veces sintiendo sofocarse, la verdad era que la sensación de
quedarse atrapado en el fondo de la tierra le ocasionaba un pánico que le
costaba mucho trabajo dominar. Sentía su corazón latiendo de prisa, la
desesperación hacía presa de él y provocaba que quisiera abandonar todo y salir
corriendo de regreso a la seguridad de su casa. Para ahuyentar su miedo, se
imaginaba tener en sus manos los tan anhelados centenarios, los vendería al
coleccionista que más le pagara por ellos y con ese dinero se iría un buen
tiempo a Mazatlán, Los Cabos o cualquier otro paraíso vacacional. Se veía
rodeado de hermosas mujeres sobándolo, acariciándolo, apapachándolo al máximo. Esa
imagen anulaba todos sus miedos.
-Me
divertiré como no lo he hecho en mucho tiempo. Aunque, también necesito un
carrito para ir a chambear… ya me cansé de viajar día tras día en el colectivo.
En fin, ya que tenga el dinero en la mano decidiré que es lo que más me
conviene hacer…
Continuará...
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