La ciudad bajo la ciudad
Fue
cuestión de segundos para que los tres hombres quedaran rodeados por varios
corceles voladores cuyos jinetes eran hombres vestidos de una manera extraña y en
desuso para la época moderna: un casco, coraza que parecía hecha de latón y que
les cubrían el pecho y los hombros, y un tipo de faldón que les llegaba casi
hasta las rodillas. Portaban además un
tipo de escudo redondo y algo que parecía ser una lanza. Hablaban en un idioma
desconocido para aquellos ingratos albañiles que a duras penas podían hablar y medio
escribir su lengua materna.
-Parecen
soldados romanos de la Grecia –comentó Sebastián, había sorpresa en su rostro y
miedo en su voz.
-Si
serás ignorante Basty, -reprochó Oscar- o son romanos o son griegos. Decídete.
-Ay,
Oscar. Yo siempre reprobé historia…
-No
es el momento para discutir sobre cuestiones de historia, -por fin Layo se
recuperó y se unió a ellos- tendremos que buscar una manera de salir, nos
tienen rodeados y se acercan cada vez más acortándonos el espacio.
Sebastián
observó durante unos segundos los corceles. Uno tras otro corrían en el aire
velozmente, sintió como si él también estuviera dando vueltas sobre sí mismo.
-Me
están mareando estos tipos, larguémonos de aquí pronto. –se llevó la mano
derecha a la frente, secándose el sudor y frotándola luego contra el sucio
pantalón.
Los
tres buscaron con la mirada por donde podrían escabullirse, pero apenas corrían
hacia un lado los jinetes les cerraban el paso amenazándolos con su puntiaguda
lanza, gritando algo que solo ellos entendían. Viendo que no había escapatoria
tomaron de nuevo sus instrumentos de trabajo para intentar defenderse. La
sorpresa fue mayúscula para el trío al ver que los golpes que les lanzaban a
los jinetes traspasaban a éstos tal como si los estuvieran dando al aire.
-¿Acaso
estamos luchando contra fantasmas reales? –se preguntó Oscar en voz alta, pero
sabía de sobra que no había respuesta a esa interrogante.
Basty
lo escuchó y esbozó una risita burlona. Necesitaba reírse de esa absurda escena para no caer en la desesperación.
-Fantasmas
reales…! Que loco!
Tal
parecía que el propósito de los gritos de los soldados y de los caballos era
ensordecer a aquellos tres seres quienes estaban a punto de dejar ir su
cordura. Layo soltó el talache que tenía en las manos y tomó las piedras mas
grandes que pudo sostener y las arrojó contra los enemigos; cosa que provocó
que todos los corceles a la vez comenzaran a acercarse más y más. Por un minuto
creyeron que morirían aplastados bajo las patas de los animales. Los gritos
eran en realidad ensordecedores, sentían temblar la casa y vieron a las
carcomidas y débiles paredes desmoronarse en tierra y luego fragmentarse. Las
desgastadas y raídas vigas de madera que formaban el techo cedieron al temblor
y comenzaron a quebrarse, los amigos sintieron que ese sería el final de sus
vidas, enterrados vivos en un enorme foso de una vieja casona, en la creencia
de que encontrarían un tesoro…
Cruzaron
los brazos sobre sus cabezas en actitud protectora y defensiva, escucharon el
golpe de la madera al caer a tierra y la luz del sol iluminó con toda su
intensidad; a pesar de la polvareda que esto provocó, Layo alzó la vista y
observó como los soldados y sus corceles desaparecían en el aire. Avisó a sus
compañeros.
-Oscar,
Basty, miren…los soldados se han marchado…
Los
otros hombres estaban un poco ciegos por la luz y por el polvo en el ambiente,
tardaron unos minutos en aclararse la vista y la garganta.
-Se
han desintegrado con la luz del sol. –Layo no cabía en si de gozo. Pensó que
ahora desaparecidas las amenazas que los mantuvieron presas del miedo y del
terror durante un rato, ya nada les impedía volver a su búsqueda.
Oscar
y Basty lo miraron con recriminación.
-Layo,
-se apresuró a decir Oscar- no pretenderás que regresemos allá abajo después de
todo lo sucedido ¿verdad?
-Es
verdad Layo, -continuó Basty- hasta aquí
llegamos contigo. -miró a Oscar como esperando su aprobación.- Al menos yo.
-Por
favor muchachos, no me dejen solo. Ya estamos por finalizar, el susto valdrá la
pena cuando tengamos en nuestras manos los centenarios…
-Que
tu abuelo enterró en esta casa. –Oscar terminó la frase remedándolo
cómicamente.
Layo
se contuvo para no dejarse ir a golpes contra ese jovenzuelo ladino, durante
las últimas horas tuvo que soportar sus insolencias y sus burlas pero no podía
darse el lujo de perder al elemento del que sacaba el mejor provecho. No al
menos hasta encontrar el tesoro.
-Oscar,
-el tono suplicante de Layo se dejó escuchar- tu viste el resplandor en la
tierra ¿no es así? Es el aviso de que algo estamos por descubrir. No me
abandonen, por favor.
Oscar
y Basty intercambiaron miradas.
-Está
bien Layo, cumpliremos hasta el final, pero ahorita nos vamos y continuaremos
mañana. Esta lucha contra… -buscó la palabra pero era difícil encontrar alguna
que se ajustara a la situación vivida- nadie, nos ha dejado agotados física y
emocionalmente.
Contento
por lograr su objetivo una vez más, Layo aceptó sus condiciones.
Continuará...
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios son bien recibidos. Nos leemos pronto!!!