La ciudad bajo la ciudad
Las
manzanas circundantes eran conocidas en la actualidad como Barrio Antiguo, pues
el diseño de gruesas paredes, ventanales casi hasta el suelo con fuertes
protectores de rejas y techos altos de madera se fue perdiendo con el paso de
los años; los nuevos modelos eran más elaborados y con materiales de
construcción más ligeros.
En
vista de que los dueños que constaban en los registros de propiedad ya pasaron
a mejor vida y ningún familiar quiso obligaciones pecuniarias debido al alto
costo de mantener en buenas condiciones una casa antigua y pagar los impuestos
de ley por un inmueble que dentro de poco tiempo se estaría derrumbando de
viejo, el Estado procedió a expropiar esas manzanas completas para realizar en
ellas un ambicioso proyecto llamado Ciudad Judicial. La idea era concentrar en
un mismo espacio el mayor número posible de oficinas gubernamentales.
Layo
escuchó la noticia por televisión; raudo y veloz reunió a su “equipo de
trabajo” y le explicó su plan. Sabía que
los procedimientos judiciales llevaban su tiempo, por lo que tendría que actuar
a la brevedad posible antes de que “Papá Gobierno” instalara en el céntrico
yermo desolado a sus ingenieros y sus máquinas.
Ya
sus primas una vez le negaron el acceso al tesoro, no estaba dispuesto a desperdiciar
esta nueva oportunidad que la vida le colocó en bandeja de plata.
Se
escuchó el ruido de la madera al quebrarse cuando layo hizo palanca con un
cincel para romper la cerradura. Lo que quedaba de la pesada puerta de madera
no ofreció dificultad alguna para abrirse; las bisagras chillaron, resecas. La
humedad y el calor las hubo oxidado.
Un
golpe de aire caliente y hediondo les rozó el rostro, lanzaron una que otra
maldición y con la mano libre apartaban a las telarañas y a los insectos que
les daban la bienvenida. Cruzaron entre ruinas y desperdicios lo que en sus
días fue el amplio jardín, ahora convertido en nido de cucarachas y ratas.
-Maldición,
-exclamó Layo con cierta molestia- estas condenadas viejas se largaron y nunca
se dieron tiempo para venir a darle una mano de limpieza a la propiedad, que
buena falta le hace…
-Uy!
Me pregunto si el dueño de este vejestorio no sería el Norman Beits, el de la
pisicosis… -comentó con burla Oscar.
-A
mi me recuerda a las casas donde se rodaban las películas del Santo y del Blue
Demon…-la opinión de Basty también se dejó escuchar.
Layo
se detuvo un instante; la luz que entraba por el patio trasero era suficiente y
no tuvo dificultad en reconocer el interior, apenas era un adolescente cuando
se apartó de la vida de esa familia. Permitió a su mirada vagar por cada una de
las estancias, una sonrisa apareció en sus labios. Señaló hacia el ala oriente.
-Éstas
son las recámaras y el baño, -empujó mientras caminaba las débiles puertas de
cada estancia, luego se volvió al ala poniente, observó las tomas de agua de la
extinta lavandería, sin prestarle atención continuó su marcha y empujó la
siguiente puerta, era la cocina. Sobre sus paredes aún yacían adheridos los
azulejos con motivos frutales, la memoria traicionó a Layo y le trajo recuerdos
de las incontables veces que en esa cocina se reunía la familia durante la
merienda a tomar chocolate y comer panqué. O cuando en las vacaciones de Semana
Mayor las tías cocinaban arroz, nopales
en chile rojo, papas lampreadas y aquel revoltijo dulce de pan mezclado con
cacahuate y hervido en un jarabe hecho con azúcar y piloncillo, postre que más
tarde los pequeños saboreaban mientras veían un programa de televisión. Un
flacucho gato amarillo saltó de alguna parte lanzando un maullido que denotaba
enfado, Layo se sobresaltó y por instinto se echó hacia atrás. Bien, eso indicaba
que ya era hora de acabar con los recuerdos y poner manos a la obra. La última
puerta correspondía al comedor; inspeccionó la habitación pero ésta no le trajo
ningún recuerdo.
Volvió
hacia sus amigos para darles instrucciones.
-Ok;
las áreas más probables en donde se pudo haber enterrado el oro son la cocina,
las tres recámaras y el patio trasero, ya que ahí es donde se escuchaba el
martilleo y los lamentos; eso nos evita tener que excavar innecesariamente. Nos
concentraremos en donde les dije. –les hizo una seña para que tomaran las
herramientas- Basty, comienza por la primera habitación, tú, Oscar por la que
sigue y yo por la última. Al terminar en esas áreas entre los tres buscaremos
en la cocina y en el patio. Si los difuntos se entierran a tres metros de
profundidad, creo que con 8 metros que cavemos será suficiente. Y si a esa
cantidad no hemos hallado nada, hacemos 4 metros más. Y si la respuesta sigue
siendo negativa decimos adiós a todo, ¿de acuerdo?
Oscar
era un tipo curioso: no sabía acatar órdenes, a todo le hallaba un punto débil,
pero el trabajo lo realizaba con rapidez y eficacia. Y era esta última parte la
que más le gustaba a Layo.
-Mira
Layo, accedí a ayudarte porque me interesa ganarme una plata extra, pero esos
doce metros que pides no los cavaremos en un día…-el tono de Oscar sonó entre
molesto y sarcástico.
Layo
tenía el don de ser exquisitamente persuasivo cuando las circunstancias le eran
favorables a sus intereses. Con una sonrisa en los labios le contestó:
-Nadie
habló de terminar hoy; según los cálculos que hice nos llevaremos de 2 a 3
semanas, trabajando de 8 a 6 de la tarde.
-Fiuuu!
–un silbido escapó de los labios de Basty- O sea que tenemos trabajo para rato…
-Así
es mis estimados, se los dejé en claro y estuvieron de acuerdo en ayudarme. Y
no es de gratis, les otorgué un adelanto en moneda constante y sonante, y
aparte serán recompensados muy generosamente cuando encontremos esos
centenarios de oro que m bisabuelo escondió en esta casa.
Todos
intercambiaron miradas. Estando tácitamente de acuerdo cada uno tomó sus
herramientas y se dirigió en silencio al área asignada.
Comenzaba
el camino a la riqueza…
Continuará...
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