No sabes cual sera su cruz
I
-Mira bonita, no te angusties, todas las cosas suceden por algo. Ese hombre no es para ti, y si logras que se quede contigo te lamentarás de tu error…
Todavía resonaban en los oídos de Nora las palabras de la gitana; las llevaba grabadas como tatuaje.
Habían transcurrido varios años desde aquel incidente bochornoso en los pasillos de la facultad, ¿peleando que? Nada. La respuesta era NADA!.
Cuando conoció a Edgar, Nora tenía siete años de haber terminado la que fuera su última relación amorosa; sentíase sola a pesar de que contaba con muchos amigos quienes realmente se interesaban por ella, y convencida que el tiempo ya no estaba a su favor. Edgar Díaz, con sus aires de hombre íntegro y leal vino a llenar el vacío que existía en el corazón de la mujer.
-Somos afines en cuanto a forma de pensar y de sentir, además somos del mismo signo zodiacal. Me gusta este hombre, modestia aparte es tan guapo…
Fueron compañeros de clase, amigos, confidentes. Nora, sin hacerlo del conocimiento de Edgar, tenía planes profesionales para ambos al terminar su carrera. “Trabajaremos juntos en un despacho legal propio, lograremos las metas que nos hemos propuesto y haré lo posible para que se de cuenta del amor que siento hacia él. Y espero que la sociedad alcance también nuestra vida personal”.
En tanto Edgar sentía que la mujer quería comprometerlo a algo más que una relación de amigos y de trabajo, “pretende un compromiso”, pensó, y para un hombre errante como él, que hubo pasado por la dolorosa experiencia de que su ex esposa lo engañase con su mejor amigo y verse forzado a aceptar un divorcio quedando lleno de coraje y resentimiento con la vida, eso no estaba en sus planes. “Es una excelente amiga, me es de gran ayuda ahorita que estudio, pero no tengo ningún otro interés en ella”.
Quizá Nora se obsesionó tanto con la idea de tener un compañero sentimental que vio las cosas distorsionadas; y cuando Edgar posó sus ojos y su interés en una jovencita de apenas 18 años, Nora no pudo resistirlo.
-No puede ser, ¿Qué diablos hice o estoy haciendo mal? Solo he tratado de ayudarlo, él ha sido prioridad en mi vida; por mí sus calificaciones son excelentes. Significa que he trabajado un huerto para que otra venga a recoger los frutos de mi siembra, pero no, hasta donde yo pueda no voy a permitirlo.
Edgar por su parte, apenas si reparaba en la presencia de Nora, entusiasmado con su nueva amiguita, por lo que la tarea de convencerlo de que fueran a platicar no le resultó fácil. Días antes se atrevió a confesarle sus sentimientos en una carta, esperaba Nora que Edgar tocara ese tema, y para su sorpresa, no fue así.
-Procura ser breve, tengo prisa. –advirtió tajante Edgar mientras caminaban por las calles aledañas a la universidad.
-Por favor Edgar, no me presiones, lo que necesito que hablemos es serio.
-Invite a Leonela a cenar, me está esperando, así que te pido no me quites mucho tiempo.
El demonio de los celos empezó a perturbar a Nora, por más que se esforzó por mantenerse tranquila pensamientos como “A mí nunca me invitaste a cenar”, “Siempre estabas ocupado cuando yo te proponía algún plan”, “No querías que nos vieran juntos” invadieron su mente envenenándola contra esa condenada intrusa que se le atravesó en el camino.
-Hace días te entregué una carta, ¿la leíste?
-Sí, sí la leí. –contestó el tipo sin emoción alguna.
-¿Y?
-Nada, solo te agradezco los sentimientos hacia mí, pero no me interesa tener ninguna relación sentimental contigo.
El silencio se instaló tensamente entre ellos, Nora en apariencia permaneció tranquila, con su mirada limpia y transparente observaba a su compañero, el rostro del hombre tenía dibujado un gesto de molestia y el tono de su voz era agresivo, grosero.
-¿Crees que no me doy cuenta de que todo lo que haces es porque pretendes atraparme? Me ayudas a cambio de controlarme, estás equivocada al pensar que habrá alguna posibilidad de casarnos al terminar la carrera. La posibilidad es cero, nula.
-Yo nunca hablé de casarnos, te hablé de formar una sociedad de trabajo, no confundas las cosas. –se sintió avergonzada porque realmente sí albergó aquella esperanza.
-Es lo mismo, harías lo imposible por echarme el lazo, si no conociera a las mujeres lo que son de… listas.
Otro incómodo silencio.
-Ahora que ya sabes lo que pienso mantente alejada de mí, esta amistad se terminó. No quiero que me ocasiones problemas. Déjame tranquilo, por favor.
-No te preocupes, no voy a interferir en tus planes, cada quien su camino a partir de este momento, ¿no es así?
Edgar la observó desconcertado, quizá esperando que su amiga intentara hacerlo desistir de su decisión, pero al ver que ella permanecía serena, optó por retirarse.
-Adiós Nora.
-Adiós, te deseo buena suerte.
Se alejó de prisa, Nora hizo lo mismo pero en dirección puesta. Aún era temprano para llegar a su casa, donde nadie la esperaba, por lo que volvió sus pasos para irse a ver aparadores. Maldijo en silencio a esa desgraciada mujercita de apariencia vulgar que de repente le echó abajo todo lo que construyó.
“Conmigo nunca tuvo las atenciones que tiene para con ella… Quizá si yo no… Tal vez lo cansé con mi presencia… Me equivoqué al interpretar las cosas… o a lo mejor no… Maldita seas escuincla condenada. Mil veces maldita”.
Se sentía triste, desubicada en el tiempo, como si hubieran transcurrido años y no minutos desde la última vez que habló con Edgar.
Un cibercafé. Recordó que tenía una tarea pendiente por realizar. Entró. Le ayudaría a retirarse de la cabeza los pensamientos que le ocasionaban daño físico y mental.
Días después, un maestro daría la noticia frente a sus alumnos.
-Isabel Aguirre, Victoria Contreras, Edgar Díaz, Leonela Galván y Miguel Ponciano no tienen los puntos suficientes para presentar el examen final. Los veo al término de clase para darles instrucciones y que presenten en segunda oportunidad.
Nora aprovechó el receso entre clases para ir a comprar algo para saciar el hambre que empezaba a sentir, apenas cruzaba por la entrada principal de la facultad cuando escuchó que la llamaban por su nombre. Volteó y vio a Leonela que iba tras ella.
-Sí, ¿en que puedo ayudarte?
-Vengo a darte las gracias. –al ver la duda y la sorpresa en el rostro de Nora, se apresuró a decir- Sí, porque gracias a que nos excluiste a Edgar y a mí del trabajo de historia ahora estamos prácticamente reprobados en la materia.
-En el equipo solo éramos Edgar y yo, y de hecho el trabajo era individual, no por equipo, yo me ofrecí a ayudarlo porque no dispone de tiempo para hacer tareas, pero luego tuvimos diferencias y la amistad terminó. Como comprenderás, ya no tengo motivos para preocuparme por él, y en cuanto a ti yo ni siquiera te conozco, ¿por qué tendría que ayudarte?
-Por solidaridad con una desconocida, por compañerismo, yo que sé…Pero como vas a ayudarme, si por mí Edgar te sacó de su vida, y no fue solo por mí, sino porque ya está harto de tu acoso. –Leonela comenzó a alzar la voz, atrayendo las miradas del resto de los estudiantes.
-La amistad terminó, es verdad, que tuviste que ver también es verdad, lo hablamos como los adultos civilizados que somos, y yo deseo que le vaya bien en todos los aspectos de su vida.
-¿Y como va a irle bien si en vez de ayudarlo lo perjudicas con tu actitud?
-Para eso te tiene a ti. -Leonela le lanzó una mirada interrogadora- Ahora tú y él son un equipo, te corresponde a ti levantarlo de sus caídas y sacarlo de sus depresiones. ¿O solo eres amiga para planchones en la cama?
Leonela intentó cruzar el rostro de Nora con una bofetada, pero ésta con sus rápidos reflejos dio un paso hacia atrás, alcanzando a esquivarla.
-Compañeras, -intervino oportunamente el maestro Salvador Román, uno de los prefectos de la facultad- por favor, pasen con la licenciada Uribe, las espera.
Nora obedeció enseguida, encaminándose a la Sala de Coordinación; de mala gana Leonela la seguía.
La licenciada Uribe era una mujer de facciones atractivas, de apenas 32 años pero su complexión obesa la hacía parecer mayor, llevaba el largo cabello alaciado y teñido de rubio, ya desgastado por las lavadas. Tenía la fama de ser una mujer dura y grosera.
-Adelante compañeras, -dijo en tono amable al tiempo que se acomodaba en su escritorio- veo que existen algunas diferencias entre ustedes y las están arreglando frente a todo el mundo, y no creo que eso sea lo correcto. Si puedo ayudarlas en algo me gustaría saber en que.
-Solo se trató de un malentendido, licenciada, -se adelantó a decir Nora- ya le expliqué la situación a la compañera y creo que lo entendió.
-Así es licenciada, lamento mucho haberme exaltado, -la hipocresía en la voz aniñada de Leonela no podía ocultarse- pero como dijo Nora, ya me explicó el asunto y quedó entendido.
Dando un profundo suspiro, la licenciada Uribe las miró detenidamente.
-Me alegró que así sea Galván, sus antecedentes como estudiante no son nada buenos: la vieron tomando prestado los apuntes de sus compañeros, la exentaron de varios exámenes por traer su acordeón, por lo visto se equivocó, aquí no damos clases de música, -Nora se mordió el labio para no reír- y que decir de su asistencia a clases, no, definitivamente, un coctel negativo. En cuanto a usted, Moreno, por comentarios de sus maestros sé que es una excelente alumna, continúe con ese entusiasmo y ganas de aprender, pero sobre todo cuide su imagen, que nadie –y recalcó esta última palabra- venga a destrozársela.
-Mira bonita, no te angusties, todas las cosas suceden por algo. Ese hombre no es para ti, y si logras que se quede contigo te lamentarás de tu error…
Todavía resonaban en los oídos de Nora las palabras de la gitana; las llevaba grabadas como tatuaje.
Habían transcurrido varios años desde aquel incidente bochornoso en los pasillos de la facultad, ¿peleando que? Nada. La respuesta era NADA!.
Cuando conoció a Edgar, Nora tenía siete años de haber terminado la que fuera su última relación amorosa; sentíase sola a pesar de que contaba con muchos amigos quienes realmente se interesaban por ella, y convencida que el tiempo ya no estaba a su favor. Edgar Díaz, con sus aires de hombre íntegro y leal vino a llenar el vacío que existía en el corazón de la mujer.
-Somos afines en cuanto a forma de pensar y de sentir, además somos del mismo signo zodiacal. Me gusta este hombre, modestia aparte es tan guapo…
Fueron compañeros de clase, amigos, confidentes. Nora, sin hacerlo del conocimiento de Edgar, tenía planes profesionales para ambos al terminar su carrera. “Trabajaremos juntos en un despacho legal propio, lograremos las metas que nos hemos propuesto y haré lo posible para que se de cuenta del amor que siento hacia él. Y espero que la sociedad alcance también nuestra vida personal”.
En tanto Edgar sentía que la mujer quería comprometerlo a algo más que una relación de amigos y de trabajo, “pretende un compromiso”, pensó, y para un hombre errante como él, que hubo pasado por la dolorosa experiencia de que su ex esposa lo engañase con su mejor amigo y verse forzado a aceptar un divorcio quedando lleno de coraje y resentimiento con la vida, eso no estaba en sus planes. “Es una excelente amiga, me es de gran ayuda ahorita que estudio, pero no tengo ningún otro interés en ella”.
Quizá Nora se obsesionó tanto con la idea de tener un compañero sentimental que vio las cosas distorsionadas; y cuando Edgar posó sus ojos y su interés en una jovencita de apenas 18 años, Nora no pudo resistirlo.
-No puede ser, ¿Qué diablos hice o estoy haciendo mal? Solo he tratado de ayudarlo, él ha sido prioridad en mi vida; por mí sus calificaciones son excelentes. Significa que he trabajado un huerto para que otra venga a recoger los frutos de mi siembra, pero no, hasta donde yo pueda no voy a permitirlo.
Edgar por su parte, apenas si reparaba en la presencia de Nora, entusiasmado con su nueva amiguita, por lo que la tarea de convencerlo de que fueran a platicar no le resultó fácil. Días antes se atrevió a confesarle sus sentimientos en una carta, esperaba Nora que Edgar tocara ese tema, y para su sorpresa, no fue así.
-Procura ser breve, tengo prisa. –advirtió tajante Edgar mientras caminaban por las calles aledañas a la universidad.
-Por favor Edgar, no me presiones, lo que necesito que hablemos es serio.
-Invite a Leonela a cenar, me está esperando, así que te pido no me quites mucho tiempo.
El demonio de los celos empezó a perturbar a Nora, por más que se esforzó por mantenerse tranquila pensamientos como “A mí nunca me invitaste a cenar”, “Siempre estabas ocupado cuando yo te proponía algún plan”, “No querías que nos vieran juntos” invadieron su mente envenenándola contra esa condenada intrusa que se le atravesó en el camino.
-Hace días te entregué una carta, ¿la leíste?
-Sí, sí la leí. –contestó el tipo sin emoción alguna.
-¿Y?
-Nada, solo te agradezco los sentimientos hacia mí, pero no me interesa tener ninguna relación sentimental contigo.
El silencio se instaló tensamente entre ellos, Nora en apariencia permaneció tranquila, con su mirada limpia y transparente observaba a su compañero, el rostro del hombre tenía dibujado un gesto de molestia y el tono de su voz era agresivo, grosero.
-¿Crees que no me doy cuenta de que todo lo que haces es porque pretendes atraparme? Me ayudas a cambio de controlarme, estás equivocada al pensar que habrá alguna posibilidad de casarnos al terminar la carrera. La posibilidad es cero, nula.
-Yo nunca hablé de casarnos, te hablé de formar una sociedad de trabajo, no confundas las cosas. –se sintió avergonzada porque realmente sí albergó aquella esperanza.
-Es lo mismo, harías lo imposible por echarme el lazo, si no conociera a las mujeres lo que son de… listas.
Otro incómodo silencio.
-Ahora que ya sabes lo que pienso mantente alejada de mí, esta amistad se terminó. No quiero que me ocasiones problemas. Déjame tranquilo, por favor.
-No te preocupes, no voy a interferir en tus planes, cada quien su camino a partir de este momento, ¿no es así?
Edgar la observó desconcertado, quizá esperando que su amiga intentara hacerlo desistir de su decisión, pero al ver que ella permanecía serena, optó por retirarse.
-Adiós Nora.
-Adiós, te deseo buena suerte.
Se alejó de prisa, Nora hizo lo mismo pero en dirección puesta. Aún era temprano para llegar a su casa, donde nadie la esperaba, por lo que volvió sus pasos para irse a ver aparadores. Maldijo en silencio a esa desgraciada mujercita de apariencia vulgar que de repente le echó abajo todo lo que construyó.
“Conmigo nunca tuvo las atenciones que tiene para con ella… Quizá si yo no… Tal vez lo cansé con mi presencia… Me equivoqué al interpretar las cosas… o a lo mejor no… Maldita seas escuincla condenada. Mil veces maldita”.
Se sentía triste, desubicada en el tiempo, como si hubieran transcurrido años y no minutos desde la última vez que habló con Edgar.
Un cibercafé. Recordó que tenía una tarea pendiente por realizar. Entró. Le ayudaría a retirarse de la cabeza los pensamientos que le ocasionaban daño físico y mental.
Días después, un maestro daría la noticia frente a sus alumnos.
-Isabel Aguirre, Victoria Contreras, Edgar Díaz, Leonela Galván y Miguel Ponciano no tienen los puntos suficientes para presentar el examen final. Los veo al término de clase para darles instrucciones y que presenten en segunda oportunidad.
Nora aprovechó el receso entre clases para ir a comprar algo para saciar el hambre que empezaba a sentir, apenas cruzaba por la entrada principal de la facultad cuando escuchó que la llamaban por su nombre. Volteó y vio a Leonela que iba tras ella.
-Sí, ¿en que puedo ayudarte?
-Vengo a darte las gracias. –al ver la duda y la sorpresa en el rostro de Nora, se apresuró a decir- Sí, porque gracias a que nos excluiste a Edgar y a mí del trabajo de historia ahora estamos prácticamente reprobados en la materia.
-En el equipo solo éramos Edgar y yo, y de hecho el trabajo era individual, no por equipo, yo me ofrecí a ayudarlo porque no dispone de tiempo para hacer tareas, pero luego tuvimos diferencias y la amistad terminó. Como comprenderás, ya no tengo motivos para preocuparme por él, y en cuanto a ti yo ni siquiera te conozco, ¿por qué tendría que ayudarte?
-Por solidaridad con una desconocida, por compañerismo, yo que sé…Pero como vas a ayudarme, si por mí Edgar te sacó de su vida, y no fue solo por mí, sino porque ya está harto de tu acoso. –Leonela comenzó a alzar la voz, atrayendo las miradas del resto de los estudiantes.
-La amistad terminó, es verdad, que tuviste que ver también es verdad, lo hablamos como los adultos civilizados que somos, y yo deseo que le vaya bien en todos los aspectos de su vida.
-¿Y como va a irle bien si en vez de ayudarlo lo perjudicas con tu actitud?
-Para eso te tiene a ti. -Leonela le lanzó una mirada interrogadora- Ahora tú y él son un equipo, te corresponde a ti levantarlo de sus caídas y sacarlo de sus depresiones. ¿O solo eres amiga para planchones en la cama?
Leonela intentó cruzar el rostro de Nora con una bofetada, pero ésta con sus rápidos reflejos dio un paso hacia atrás, alcanzando a esquivarla.
-Compañeras, -intervino oportunamente el maestro Salvador Román, uno de los prefectos de la facultad- por favor, pasen con la licenciada Uribe, las espera.
Nora obedeció enseguida, encaminándose a la Sala de Coordinación; de mala gana Leonela la seguía.
La licenciada Uribe era una mujer de facciones atractivas, de apenas 32 años pero su complexión obesa la hacía parecer mayor, llevaba el largo cabello alaciado y teñido de rubio, ya desgastado por las lavadas. Tenía la fama de ser una mujer dura y grosera.
-Adelante compañeras, -dijo en tono amable al tiempo que se acomodaba en su escritorio- veo que existen algunas diferencias entre ustedes y las están arreglando frente a todo el mundo, y no creo que eso sea lo correcto. Si puedo ayudarlas en algo me gustaría saber en que.
-Solo se trató de un malentendido, licenciada, -se adelantó a decir Nora- ya le expliqué la situación a la compañera y creo que lo entendió.
-Así es licenciada, lamento mucho haberme exaltado, -la hipocresía en la voz aniñada de Leonela no podía ocultarse- pero como dijo Nora, ya me explicó el asunto y quedó entendido.
Dando un profundo suspiro, la licenciada Uribe las miró detenidamente.
-Me alegró que así sea Galván, sus antecedentes como estudiante no son nada buenos: la vieron tomando prestado los apuntes de sus compañeros, la exentaron de varios exámenes por traer su acordeón, por lo visto se equivocó, aquí no damos clases de música, -Nora se mordió el labio para no reír- y que decir de su asistencia a clases, no, definitivamente, un coctel negativo. En cuanto a usted, Moreno, por comentarios de sus maestros sé que es una excelente alumna, continúe con ese entusiasmo y ganas de aprender, pero sobre todo cuide su imagen, que nadie –y recalcó esta última palabra- venga a destrozársela.
Continuará...
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