Privadas del Paraiso

Si bien Bernardo la “protegía” demasiado y no le permitía salir por temor de que le ocurriese algún inconveniente en la calle, al menos no le impedía que recibiera visitas. El día anterior recibió a dos de sus auxiliares de la peluquería; fue puesta al tanto de los chismes de los clientes, merendaron, rieron, Daniela no deseaba que el reloj avanzara, hacía ya buen tiempo que no la pasaba tan bien entre amigos. Le llevaron sendos presentes para el futuro bebé, cosa que Daniela agradeció en el momento, pero más tarde, sin emoción alguna, fue a depositarlos en el cuarto que Bernardo mandó arreglar para el niño. Casi podría decirse que con el asco reflejado en el rostro se acarició la barriga.
-No te siento bebé, sé que no soy estéril, y tuve intimidad con tu padre, por lo que sé que eres hijo mío. No soy tan fría como la mayor parte de la gente me tiene catalogada, algún sentimiento debo tener hacia ti porque eres parte de mi sangre y de mi carne, pero no siento nada. Perdóname pequeño.
El llanto hizo presa en ella.
Su quebradiza salud fue el pretexto que convenció a Bernardo de que tanto encierro no le sentaba bien, necesitaba salir, respirar aire fresco, llenar su mente de imágenes nuevas para salir de su estrés. La única condición que impuso Bernardo para dejarla salir fue que Mireya pasara por ella a su casa y la llevase de regreso máximo a las 9:00 de la noche. Condición que Daniela aceptó gustosa. Pensó si valdría la pena enterar a Mireya de todo lo que ocurría en realidad entre Bernardo y ella. Si no lo hacía, Miry podría pensar que sus encuentros con Darío a espaldas de Bernardo podrían deberse a algo romántico. Por otro lado, si se sinceraba con ella y la ponía al tanto de lo que descubrió respecto de su esposo, temía que su amiga, sin proponérselo, hiciera algún comentario que diera a Bernardo la certeza de que Daniela estaba enterada del transfondo del asunto.
Continuará...
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