Dulce Victoria


CAPITULO III

En un lujoso condominio de oficinas en pleno centro de Puebla, Mauricio Serrano había cumplido ya con su jornada de trabajo y se disponía a abandonar la oficina. El despacho se encontraba en el octavo piso; era una oficina espaciosa y confortable, donde el común denominador de la decoración era el color gris. El piso protegido con alfombra azul grisáceo, las paredes de un gris tenue, al centro de la habitación se hallaba un escritorio y sillón ejecutivo en color gris mas oscuro, al lado izquierdo de éstos podía verse un librero donde Mauricio ordenaba folletos, bocetos, guías telefónicas, etc., el entrepaño del centro lo ocupaba un pequeño equipo de sonido y dos porta cd’s. El entrepaño de arriba estaba ocupado por libros de diversos géneros y autores, pues Mauricio era aficionado a la buena lectura, sobre todo cuando necesitaba “descansar la mente cuando ésta se cansara de fabricar ideas”. Al lado del librero se encontraba un archivero pequeño en color negro, de frente al escritorio se acomodó una sala de piel en color negro, al lado de la misma, sobre una mesa cubierta con un pulcro mantel blanco descansaban tazas, platos, cucharillas, un azucarero, servilletas, una cafetera, paquetes de café, todo lo necesario para disfrutar de la aromática bebida durante alguna plática de negocios. Tras el escritorio, un panel movible con puerta dividía las oficina, lo único que ocultaba éste era una mesa de dibujo y el módulo de la computadora e impresora: las herramientas básicas de trabajo de Mauricio, en esa pequeña habitación la pared del fondo era un amplio ventanal de cristal, con persianas en color grisáceo, las cuales permanecían la mayoría del tiempo entreabiertas, permitiendo así contemplar el ir y venir de la ciudad a cualquier hora.
Contrario a la idea de sus padres, que deseaban verlo convertido en un excelente médico, Mauricio logró convencerlos de que le dejasen estudiar la carrera que a él atraía, y ahora trabajaba en ella y vivía gracias a ella. En poco tiempo logró independizarse y tener su propia firma de diseño y decoración. Y se sentía orgulloso de ello. No se podía negar que la mayoría de sus triunfos se debían a un esfuerzo constante. Muy a menudo pensaba en cuantos de sus amigos habían pretendido edificar un imperio de un día para otro, cimentando sobre bases no muy firmes, lo que ocasionó que en las primeras señales de tormenta todo se derrumbara. Todo quedaba resumido en una oscura y simple palabra: fracaso.
Mauricio no conocía el significado de esa palabra “y haré hasta lo imposible por no conocerlo nunca”, decíase para sí; y más aún cuando lograba un objetivo que durante tiempo antes hubo trazado y anhelado. Sentado frente a su escritorio, su mente navegaba en el mar de sus recuerdos, paseaba la mirada por toda la habitación, lo observaba todo, pero en realidad no miraba nada.
Recordaba cuando enfrentó el difícil momento de comunicar a sus padres la decisión de inscribirse en la facultad de diseño, temiendo su enfado e incomprensión, pero contrario a lo que esperaba, Eugenia y Paúl le brindaron su total apoyo; pero en el fondo, Mauricio tenía la sensación de haber fallado a los planes que sus padres hicieron para él. “Pobres de mis padres, -pensaba, jugueteando con el abrecartas que tenía entre las manos.- lo que más desearon era que yo fuese reconocido como un gran cirujano, el mejor del país si fuese posible; ellos lucharon por serlo……y lo lograron. Esa fue su mejor herencia, y esperaban que Bárbara y yo imitásemos su ejemplo”. –Repentinamente, su mirada se clavó en el portarretrato que tenía sobre su escritorio: una fotografía tomada hacía casi cuatro años atrás. Eugenia, Paúl, Bárbara y el mismo Mauricio en unas vacaciones en la casa de campo que la familia Serrano poseía casi en las afueras de la ciudad. Los acompañaba un grupo de amistades, entre los que se incluían la familia Del Villar, y algunos otros amigos comunes de Barbie y Mauri (como cariñosamente llamaban a los jóvenes) y hasta Keiser, un hermoso perro blanco de la raza Terrier Inglés que era la mascota consentida de los Serrano, principalmente de Barbie. Al centro de la foto se veía al doctor Paúl Serrano abrazando a sus dos mujeres: su esposa y su hija, y en el suelo, apoyado de rodillas se encontraba Mauricio abrazando a Keiser, quien mostraba su rosada lengua pareciendo sonreír, tal como sonreían sus amos. La felicidad se podía respirar en el aire. “Han sido las vacaciones más divertidas y felices que hemos tenido” –dejó a un lado el abrecartas y estiró la mano para alcanzar la fotografía- “bueno, -en sus labios apareció una leve sonrisa- ninguna ha sido desagradable, pero éstas fueron algo especial, tal vez porque Maryjose me acompañó, estaba cerca de mí y pude asomarme un poco más a su corazón, y me gustó lo que ví : ternura, sensibilidad, una gran calidad humana; es el tipo de mujer que necesito a mi lado. En cuanto regrese del seminario voy a pedirle que acepte ser mi novia, y espero que al cabo de algunos meses pueda convencerla de fijar la fecha para la boda. Ya me es insoportable tratarla como amiga simplemente, lo que siento por ella es algo más profundo, y no puedo, no quiero seguir callando”. –regresó la fotografía al lugar donde la tomó y se levantó, se sentía un poco atontado, el día no fue del todo excelente: a su auto se le averió un neumático y eso lo demoró para llegar a tiempo a una cita a la firma de arquitectos quienes recién terminaron de construir un edificio de oficinas y se interesaron por que MSerrano Decoración diseñara el decorado interior. Los arquitectos lo esperaron pacientemente, discutieron el proyecto, el cual era uno de los más ambiciosos e imponentes que últimamente se habían desarrollado en la ciudad de Puebla. Era un edificio de 20 pisos, los cuales serían rentados para oficinas, en su mayoría a inversionistas nacionales y extranjeros que necesitaban establecer oficinas centrales o filiales en ese estado. Sin embargo, al momento de conocerse el presupuesto destinado al proyecto, surgieron las diferencias entre ambas partes. Los arquitectos le ofrecían una paga muy inferior a la que él había cotizado si se tenía en cuenta que debía decorar 20 pisos en el lapso de 45 días, eso significaba ocuparse de ellos casi las 24 horas del día y no poder aceptar ninguna otra oferta de trabajo. “Están rematadamente locos si pensaron que aceptaría trabajar para ellos a cambio de una miserable paga. Por suerte trabajo no me falta, pero reconozco que hubiera sido de gran ayuda ser el decorador de Torre Esmeralda, una magnífica oportunidad de que me conocieran dentro y fuera de Puebla. Quien se quede con el proyecto será muy afortunado, pero también un tonto si acepta la limosna que le ofrecen por paga. Definitivamente no me arrepiento de haber dicho no. Ya llegará una mejor oportunidad”. –fue hacia el baño para lavarse las manos, sentía el cristalino líquido tan fresco y relajante que se inclinó hacia el lavabo para mojarse la cara. Alcanzó una toalla para secarse, se miró al espejo y vió que unos mechones de cabello se habían mojado y caían sobre su frente, se pasó las manos entre el cabello, acomodándolos. Sabía que era atractivo para las mujeres, lo había oído desde que era un chiquillo, y lo confirmó aun más al convertirse en adolescente. Estatura 1.75, exquisitas facciones, piel blanca, cabello casi rubio con suaves rizos y ojos claros. Era la réplica fiel de su padre, el doctor Paúl. Abandonó el baño, echó un vistazo rápido a la recepción y vió que su secretaria se había marchado. Miró su reloj, eran casi las 8:00 de la noche; a esa hora todo el personal del edificio había terminado sus labores. Se dirigió al ascensor y en cuestión de segundos se encontraba ya en la planta baja. Se despidió cordialmente del guardia que custodiaba el edificio y cruzó hacia el estacionamiento, abrió la portezuela del automóvil y a toda prisa se introdujo en él. Lo que más deseaba en ese momento era llegar a casa, darse un baño tibio y cenar. Sentía un apetito de los mil demonios, esa mañana antes de salir de casa solo ingirió café con pan tostado. Después de cenar se encerraría en su recámara y dormiría tranquilamente. Ese día tan agotador había terminado ya. “A Dios gracias”. –pensó con alivio.
Hundió el pie en el acelerador.

Continuará…

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