Ladrón de tu amor

Hola a todos.
Aki va el primer capítulo de mi nueva mini novela.
Salu2.
Capítulo I
Se miró al espejo mientras terminaba de aplicarse en las mejillas su loción predilecta. Vanidoso. Sabía que era atractivo a las mujeres, por lo mismo cuidaba su aspecto personal; su cuerpo estaba esculpido por sudorosas horas de ejercicio en el gimnasio. Esa piel bronceada era el resultado de trabajar duro bajo el sol, a la intemperie. El suave color verde de sus ojos era uno de los pocos rasgos físicos que era imposible cambiar. Sus ojos sin querer se posaron en aquella rosa dentro de un corazón que llevaba como tatuaje en el brazo derecho. Ímpetu de juventud. Apenas tenía 19 años cuando creyó que el amor había llegado ya. Recordó a Rosalía, la mujer por quien se dibujó aquella flor, y el corazón que según él, era la promesa mutua de su amor. Pero no fue así. Pocos meses después Rosalía, su amada Rosalía, desapareció sin aviso alguno. Los primeros meses de soledad fueron tremendos, dolores de cabeza lo acompañaban a diario de tanto imaginar que pudo haberle sucedido. Sacaba sus conclusiones, y luego venían a su mente palabras y situaciones y las conjeturas cambiaban. Se escribió miles de historias. Las inventaba y reescribía conforme una idea nueva llenaba su cerebro. Por las noches iba a buscarla a su casa, esperaba hasta la madrugada y Rosalía nunca llegaba. De hecho la casa estaba abandonada. Fue hasta varios años después que por boca de una de las mejores amigas de ella supo que Rosalía era en realidad Julia Cruz, una enferma que había logrado escapar de un sanatorio mental; sus padres y los médicos emprendieron una búsqueda intensa por todo el país hasta encontrarla y llevarla de nuevo al sanatorio para su tratamiento y recuperación.
Después de Rosalía, o Julia, o como quiera que se llamase, tuvo algunas novias, amigas de ocasión, nada serio. Pero ahora era diferente. Se encaminó hacia la alcoba, se tendió al lado de la mujer que dormía plácidamente. El solo contacto visual con el femenino cuerpo lo excitaba. La corta falda dejaba al descubierto la blanca piel de los muslos; los acarició con sus dedos muy delicadamente, como si fuera una figurilla de cristal que pudiera romperse en cualquier momento. La blusa de algodón carecía de escote, pero bajo ella se adivinaba un generoso y hermoso busto. Daniel se levantó, si continuaba allí sucumbiría al deseo que desde hacía tiempo lo consumía por probar íntimamente a aquella mujer.
-Paciencia, Daniel. Ya la tienes contigo, que es lo importante. Ahora dale tiempo a que asimile la situación…..
Fue a la cocina y sacó del frigorífico una cerveza, la vació en un vaso y regresó a la alcoba. Isela continuaba durmiendo, aprovechó para revisar el maletín que ella cargaba a diario consigo. Corrió el zipper con lentitud, vió que el contenido eran solo libros y cerró el maletín. No le interesaba en lo más mínimo dedicarse a la lectura.
-Bien, pequeña. Tus cosas estarán en custodia mientras permanezcas aquí. Prometo que te las devolveré intactas.
Se dejó caer en el silloncito que estaba al lado de la ventana. No podía apartar su vista de Isela. Estaba al pendiente de su más mínimo movimiento.
Isela no representaba precisamente la imagen de una modelo de televisión; era más bien de estatura media, con unos kilitos de más en su barriga, su cabellera caía en hermosos rizos negros a los hombros. Carita lavada sin gota de maquillaje, solo el carmín de labios. Labios rojos la mayor de las veces. Y aquel perfume. Obsesión, de Calvin Klein. Vestía siempre de traje, eso sí: las faldas cortas, coquetas sin llegar a la vulgaridad, cubierta hasta el cuello, escondiendo esos dos hermosos atributos con que fue bendecida y los cuales saltaban a la vista por más que ella se esmerara en ocultarlos. A Daniel le gustaban las mujeres altas, delgadas, por lo general rubias sin importar si el tono era natural o teñido, lo que si importaba, y mucho, era que se vistieran lo más provocativo posible. Le gustaba presumirlas como si fuesen sus trofeos. Isela no encajaba en ese tipo, sin embargo esa mujer tenía algo que lo estaba enloqueciendo. Ya no se trataba de aspecto físico, se sintió atraído por su arrogancia, por su porte altivo. Daba la impresión de saberse superior a los demás. Siempre cuidando su reputación, no daba lugar a habladurías respecto de su persona. De su casa al trabajo, y luego al estudio. Esa actitud le gustaba a Daniel, porque ante sus ojos le hacía ver que era una mujer segura y que tenía muy en claro sus metas a conseguir.
Dio un trago a su bebida y sonrió. Recordaba las veces que se atrevió a saludarla y ella lo dejó hablando solo. Se notaba que él no era el tipo de persona a la que ella le brindase su amistad. Eso fue un golpe mortal al orgullo masculino, ya que estaba acostumbrado a que las mujeres reparasen siempre en su presencia, sabía que siendo galante y caballeroso las tendría a sus pies; se consideraba un galán de telenovela y podía darse el lujo de desairar a la que no le gustara, pero con Isela el juego le había resultado mal. Ella decidió ignorarlo, ni siquiera lo miraba. La imaginación de Daniel le hacía ver que ella lo consideraba poca cosa, algo injusto, pues él era un hombre atractivo, se consideraba culto aunque su nivel académico llegaba solo a carrera técnica, pero eso sí, se sentía la octava maravilla porque dominaba varios idiomas y se desempañaba como maestro de inglés.
-Por eso me evita, -este pensamiento llegó a clavarse muy hondo en su mente y lo llenó de resentimiento contra ella- porque con el salario de un maestro no es suficiente para enriquecerse.
Continuará……
Después de Rosalía, o Julia, o como quiera que se llamase, tuvo algunas novias, amigas de ocasión, nada serio. Pero ahora era diferente. Se encaminó hacia la alcoba, se tendió al lado de la mujer que dormía plácidamente. El solo contacto visual con el femenino cuerpo lo excitaba. La corta falda dejaba al descubierto la blanca piel de los muslos; los acarició con sus dedos muy delicadamente, como si fuera una figurilla de cristal que pudiera romperse en cualquier momento. La blusa de algodón carecía de escote, pero bajo ella se adivinaba un generoso y hermoso busto. Daniel se levantó, si continuaba allí sucumbiría al deseo que desde hacía tiempo lo consumía por probar íntimamente a aquella mujer.
-Paciencia, Daniel. Ya la tienes contigo, que es lo importante. Ahora dale tiempo a que asimile la situación…..
Fue a la cocina y sacó del frigorífico una cerveza, la vació en un vaso y regresó a la alcoba. Isela continuaba durmiendo, aprovechó para revisar el maletín que ella cargaba a diario consigo. Corrió el zipper con lentitud, vió que el contenido eran solo libros y cerró el maletín. No le interesaba en lo más mínimo dedicarse a la lectura.
-Bien, pequeña. Tus cosas estarán en custodia mientras permanezcas aquí. Prometo que te las devolveré intactas.
Se dejó caer en el silloncito que estaba al lado de la ventana. No podía apartar su vista de Isela. Estaba al pendiente de su más mínimo movimiento.
Isela no representaba precisamente la imagen de una modelo de televisión; era más bien de estatura media, con unos kilitos de más en su barriga, su cabellera caía en hermosos rizos negros a los hombros. Carita lavada sin gota de maquillaje, solo el carmín de labios. Labios rojos la mayor de las veces. Y aquel perfume. Obsesión, de Calvin Klein. Vestía siempre de traje, eso sí: las faldas cortas, coquetas sin llegar a la vulgaridad, cubierta hasta el cuello, escondiendo esos dos hermosos atributos con que fue bendecida y los cuales saltaban a la vista por más que ella se esmerara en ocultarlos. A Daniel le gustaban las mujeres altas, delgadas, por lo general rubias sin importar si el tono era natural o teñido, lo que si importaba, y mucho, era que se vistieran lo más provocativo posible. Le gustaba presumirlas como si fuesen sus trofeos. Isela no encajaba en ese tipo, sin embargo esa mujer tenía algo que lo estaba enloqueciendo. Ya no se trataba de aspecto físico, se sintió atraído por su arrogancia, por su porte altivo. Daba la impresión de saberse superior a los demás. Siempre cuidando su reputación, no daba lugar a habladurías respecto de su persona. De su casa al trabajo, y luego al estudio. Esa actitud le gustaba a Daniel, porque ante sus ojos le hacía ver que era una mujer segura y que tenía muy en claro sus metas a conseguir.
Dio un trago a su bebida y sonrió. Recordaba las veces que se atrevió a saludarla y ella lo dejó hablando solo. Se notaba que él no era el tipo de persona a la que ella le brindase su amistad. Eso fue un golpe mortal al orgullo masculino, ya que estaba acostumbrado a que las mujeres reparasen siempre en su presencia, sabía que siendo galante y caballeroso las tendría a sus pies; se consideraba un galán de telenovela y podía darse el lujo de desairar a la que no le gustara, pero con Isela el juego le había resultado mal. Ella decidió ignorarlo, ni siquiera lo miraba. La imaginación de Daniel le hacía ver que ella lo consideraba poca cosa, algo injusto, pues él era un hombre atractivo, se consideraba culto aunque su nivel académico llegaba solo a carrera técnica, pero eso sí, se sentía la octava maravilla porque dominaba varios idiomas y se desempañaba como maestro de inglés.
-Por eso me evita, -este pensamiento llegó a clavarse muy hondo en su mente y lo llenó de resentimiento contra ella- porque con el salario de un maestro no es suficiente para enriquecerse.
Continuará……
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